SANGRE, SUDOR Y GIMéNEZ

Esta Champions de la que nadie se sabe el camino comenzó ayer para el Atleti con un francés marcando el paso y un Comandante llevando a la hierba su tatuaje en el cuello. ‘Resiliencia’ dice y con esa palabra latiendo en su piel cabeceó esa pelota de Grizi en el 90′ para romper a llorar de una manera tan distinta a tantas otras. Esta vez de alegría. Suyo el 2-1. La remontada ante el Leipzig en una Champions en la que se juegan las lentejas cada jornada y un primer día es tan intenso como un último de los viejos. Pero si de algo sabe el equipo del Cholo es de sangre, heroica y sudor. Y que suba esa banda sonora. U-ru-gua-yo.

Si la tarde de jueves había asomado en Madrid con intensas lluvias, atascos y primeros fríos, Simeone lo hacía al partido con cambios (Reinildo, Riquelme, Julián y Correa). Enfrente un Leipzig con Vermeeren, defensa de cuatro y patines: en cuatro minutos había llegado una vez con peligro y otra para el gol. Oblak recogía el balón de su red cuatro partidos después. Allá se lo había depositado Sesko, un compatriota, tras una contra que refulgió en la hierba como un rato antes lo habían hecho los relámpagos en el firmamento.

De Paul perdió un balón y Sesko lo atrapó para echar a correr. Al llegar al área pasó a Openda. Esa primera embestida la detuvo Oblak. La segunda ya no. En el rechace el balón quedó muerto y, en otra zancada, ahí estaba Sesko para cabecearlo a la red. Ni cinco minutos habían pasado y la nueva Champions ya se presentaba como la vieja: mano al cuello rojiblanco. Tocaba remar. Al fin y al cabo esa es su esencia.

El Leipzig corría como con las pilas recién estrenadas. Nusa y Xavi Simons elaboraban, Sesko y Openda, ejecutaban. Contra a contra. El equipo de Rose llenaba el partido, eléctrico y vertiginoso, con un ritmo altísimo. Ni Vermeeren desentonaba en la coreografía. Cuando Simeone se recuperó del golpe, echó a Griezmann un poco al centro y Correa, en la derecha, comenzó a desbordar. Y a moverse por todo el frente de ataque como si flotara. Giraba, tocaba y se asociaba. Y cuando Angelito baila se abren los caminos. El Atleti se rehizo con balón (aunque Koke estuviese demasiado solo con De Paul) y llegadas al área (aunque sin remates).

La primera vez Roro, al presentarse ante Gulacsi, dudó si tirar o centrar y, cuando cedió a Correa, el Leipzig ya había tenido ese segundo para pensar. Lukeba cortó. El rechace, de Griezmann, lo taponó Orbán. El Atleti comenzó a llegar al área alemana con facilidad y a ritmo de esos dos futbolistas. Menudos, habilidosos, distintos. Correa levantaba al público en un córner: había tocado lo justo la pelota en el primer palo para que esta recorriera toda la línea de gol para dar un beso al segundo antes de irse fuera. Llorente encendía la moto para horadar la derecha. De un centro suyo llegó el gol de Grizi. 1-1. Lo remató de volea, con su pierna menos buena, porque malo nada tiene el francés. La jugada, por cierto, había nacido de una recuperación de Julián Alvarez en el centro. Con tanta voluntad como desatino, fue el reverso de la foto en cuyo anverso brillaba Diego Armando Correa.

Si Vermereen antes del descanso casi la pifia entregándole al último un balón que, para respiro de Rose, logró despejar un defensa, a la hora se iba del partido escuchando al Metropolitano ovacionándole. No, no era un unicornio. Pero tampoco un diamante. Simeone, mientras, sacaba de una tacada a Gallagher, Lino y Sorloth y, después, a Nahuel. Y resulta que al último no se le había olvidado centrar bien (la primera pelota que tocó la envió medida a la cabeza de Sorloth para un remate que detuvo Gulacsi) aunque al Atleti le costó hacer la digestión de los cambios. El Leipzig, que se había tomado un respiro entre los últimos minutos de la primera parte y los primeros de la segunda, salió de la cueva para recordar que ahí seguía. En otra carrera rápida, Raum centró desde la izquierda y Poulsen cabeceó. La pelota se fue fuera casi tocando el palo para terror del Metropolitano.

El Atleti afrontaba el final precipitado y con poca batería de Grizi. Pero entonces el Comandante se ajustó la cinta en el pelo para cabecear ese centro lanzado por el francés en el 90′. Un hombre que encuentra la paz en la pesca y remata camiones en el fragor de la batalla. No había tocado la pelota la red y él ya lloraba. Para que bailaran todos los demás. U-ru-gua-yo.

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